jueves, 12 de abril de 2012

Una relación enferma te mata antes de tiempo

El tema eterno que le causa a la mente mundana, frustración o aparente entusiasmo, es el de las relaciones con aquellos que hemos elegido en la vida, algunos a nivel familiar  ( aunque no los hayamos seleccionado) y otros en las elecciones concientes cotidianas.


Por relaciones, entendemos toda aquella interacción con los personajes de nuestra vida, los protagónicos, los secundarios, los ocasionales, aquellos momentos en que entramos en sintonía o en explosión con el prójimo, que no es otra cosa que un espejo de nuestra propia evolución.
Una relación es sana, cuando ese contacto con el otro, saca de nosotros nuestra belleza, nuestra luz, nuestra verdad, nuestro amor, nuestra generosidad, la simpleza, el servicio, la entrega, el humor, la alegría y el entusiasmo de seguir creciendo juntos, complementando uno, lo que el otro no manifiesta aún y viceversa. Pero si la relación con el otro, solo hace aflorar en nosotros, la fealdad, la vulgaridad, la violencia, la manipulación, la carencia, la demanda, la indiferencia, la frialdad, ese es decididamente un vínculo enfermo.
Piensen durante un instante en esto, analicen las relaciones claves de sus vidas primero, y luego vayan lentamente a las mas periféricas. ¿Cómo actúan ustedes con esos seres, cuando ellos aparecen en el día?
¿Las relaciones con sus padres, con sus hijos, con sus parejas, con sus amigos y otros habituales, hacen que ustedes sean mejores personas día tras día, y que la personalidad se manifieste en su esplendor?
¿O por lo contrario, no solo estancamos nuestros comportamientos, sino que la personalidad se siente frustrada causando sentimientos dolorosos porque no logramos reflejar  nuestro potencial?
¿Seguimos negociando nuestras vidas?
¿Somos príncipes o mendigos?
¿Somos héroes o cobardes?
¿El ejercicio de vivir nos fortalece y nos acerca a nuestra maravilla esencial, o nos mantiene en una amnesia que se torna insoportable?


Aquel que en una relación da, porque ve al otro como una prolongación de uno mismo, es decir se da a si mismo en el espejo del otro, y además siente la alegría de fundirse en el acto en si, sin esperar el reconocimiento o la devolución del otro, entra de lleno en el plano de lo incondicional, y sana su cuerpo físico, el mental y el emocional; sana literalmente su vida.
Aquel que no espera, porque sabe que al amar en el aquí y ahora, ya recibió en forma simultánea muchísimo más que lo que el anhelo mental esperaba, ese comprendió que se hace dueño de su vida, y no especula con la posible devolución efímera de los demás para seguir sobreviviendo.
Tómense esos minutos de reflexión con ustedes mismos.
La dicha que empieza a percibirse cuando somos amados y valorados, no se compara en nada a los estímulos mundanos que duran cada vez menos.

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